Por Verónica González Delgado
“El Tugurio” era el nombre del boliche elegido. Era un antro de mala muerte con piso de discoteque setentera donde su repertorio oscilaba entre la música kitsch, la bachata y la cumbia, las piscolas, la chicha y las cervezas; donde el anfitrión era un tipo alto, delgado, con peluca rubia, tipo Leonardo Farkas, que cada jornada lucía un llamativo atuendo. El de esa noche era un clásico: un vestón gris a rayas, decorado con un clavel. Tres anillos y algunas pulseras doradas le daban el toque final.
—¡Güenas noches mis queridos contertulios! ¿Están listos para disfrutar una noche inolvidable? —, saludó al público presente.
La algarabía se escuchó en todos lados. Mati, su cuñado Pipe y sus tres amigos gritaban extasiados por estar en un lugar tan diferente de donde estaban acostumbrados a carretear.
—¡Lindo lugar al que nos trajiste Pipe! —, dijo irónicamente Mati, riendo mientras apuraba una piscola.
—¡No saben cómo se pone esto más tarde! Espérense un ratito y me lo van a agradecer —, le respondió su cuñado.
Se tomaron varios combinados cada uno y unas cervezas “pa´l calor”, mientras bailaban cada vez más sueltos de cuerpo al ritmo de Los Ángeles Azules, Américo y Romeo Santos, en compañía de algunas muy predispuestas señoritas que trabajaban en el lugar.
—¡Estái hecho todo un flaite! — le dijo Pipe a Mati, poniéndole una corona de plástico. —¡Gente, les presento al nuevo rey huachaca! —exclamó a grito pelao para que todos escucharan.
El local no era muy grande. Los cincuenta o sesenta parroquianos que bebían alegremente, aplaudieron y vitorearon al nuevo monarca, que los miraba entre juguetón y borracho.
—¡Gracias mis queridos súbditos! —, dijo con una reverencia. —Hoy, en mi última noche de soltería, acepto gustozo este nombramiento y mi primer mandato será… ¡que comience la lujuria! — gritó a todo pulmón entre aullidos ebrios y libidinosos que animaban la fiesta.
—A pedido del festejado, damos por iniciado el calentón nocturno. ¡Que empiece la jarana! —, anunció el anfitrión.
Hubo un apagón, pero solo de luces, porque la música siguió sonando “Con el apagón, que cosas suceden, que cosas suceden, con el apagón”, se oía a Yuri a todo chancho. Una bola de humo al medio de la pista apenas iluminada por unos foquitos rojos que parecían narices de payaso anunció que algo venía, y de la penumbra salieron seis ardientes jóvenes desnudas bailando al ritmo de “La cumbia caliente”. Una tomó de la mano a Mati y lo llevó a bailar.
—¿Querís ir al cuarto oscuro? —, le preguntó, mientras le hacía el tiritón de la muerte con sus pechos en la cara.
—Claro, ricurita. Con too sino pá qué —, respondió embelesado, pero sin saber realmente a qué iba.
Caminó a tientas por un pasillo, tratando de afianzar sus otros sentidos, pero la borrachera, no ayudaba mucho. De pronto, comenzó a escuchar la caída de jeans, el roce de cuerpos y excitantes jadeos alrededor suyo. Luego sintió unas traviesas manos que le acariciaban el pecho y bajaban de forma indiscreta hasta su entrepierna, mientras otras hacían lo propio con su espalda y sus nalgas. Ya no sabía dónde había quedado la bailarina hot, pero tampoco le importaba. Se había quitado su ropa y estaba completamente desnudo disfrutando ser tocado por manos anónimas. De pronto sintió una lengua que se introducía seductoramente en su oreja y bajaba con audacia por su espalda, mientras otra le succionaba los pezones y una tercera hacía un minucioso trabajo con su miembro erecto.
La promiscuidad que se respiraba en esos pasillos, lo tenían en un éxtasis que nunca había sentido. No tenía idea de quienes eran esas personas que lo tenían en un verdadero estado hipnótico, en una especie de trance sexual, pero era su despedida de soltero, y había decidido que lo iba a dar todo. “Total, se supone que nunca más estaré con otra mujer”, se auto convencía.
Los vapores de la humedad que generaban esos cuerpos calientes se mezclaban con el olor a colonia barata que emanaba desde distintos rincones. No veía nada, pero sentía todo, y a cumbiazo limpio tomó unas nalgas que se le ofrecían generosas para llevarlo a un impactante viaje a las estrellas. Percibió que la dueña de esas redondeces solo vestía una ajustada blusa de satín y que tenía -lo que parecía ser- un excitante tatuaje recién hecho en forma estrellada que sintió al tacto en la parte baja de la espalda, justo antes de aquel resbalín de lujuria que ahora lo llevaba al placer.
Después de una intensa hora de besos, caricias, jadeos y orgasmos, volvió a su mesa despeinado y feliz cantando:
La cumbia habla de cuerpos calientes,
La cumbia habla de cuerpos sudados,
La cumbia habla de amores clandestinos…
—¡Y la cumbia habla de encuentros húmedos y deliciosos! —, terminó su canción con una gran sonrisa.
Tomó una piscola, la bajó de un sorbo y puso el vaso de un golpe sobre la mesa.
—¿Y los demás? —, le preguntó a uno de sus amigos.
—Ni idea. Cuando apagaron las luces, todos desaparecieron. Tú cachai que yo soy hombre de una sola mujer, así es que me quedé acá… tranqui.
—¡No sabís de lo que te perdiste, viejito! Nunca en la vida había vivido algo así.
—Estai bien pasadito de copas, amigo. ¡Y te recuerdo que mañana te casas! ¿Querís que te vaya a dejar?
—Tenís razón. Ya. Llévame.
A la mañana siguiente, Mati se estaba vistiendo, cuando llegó apurado su cuñado.
—Pipe, gueón…tremenda despedida papitoooo. ¿Venís llegando?
—Si, gueón. Déjame pasar a tu baño a darme una ducha. Tengo una caña del terror.
—Claro. Sácate esa ropa pasá a carrete, copete y minas. ¿Cómo te fue en el cuarto oscuro, viejo? ¡Yo lo pasé increíble!
—Estuvo la raja. ¡Te dije que iba a ser una noche inolvidable! Yo cumplí una fantasía que tenía hace tiempo, así es que quedé más que feliz —, le contó mientras se sacaba la ropa para meterse a la ducha.
Parecía que ni un kilo de limones le iba a sacar la sonrisa de la cara al emocionado novio, pero eso cambió en un dos por tres, cuando Pipe se dio vuelta y vio justo al final de su espalda, un coqueto tatuaje estrellado recién estrenado.
F I N